La entrada de Elon Musk en Twitter vuelve a poner en el punto de mira la figura del inversor activista, aquel que entra en el capital para influir en las decisiones de la empresa.
La época en la que los accionistas dejaban a los grandes directivos el camino libre sin oposición parece haber llegado a su fin. Desde Estados Unidos llegan a Europa los fondos activistas para desembarcar en compañías con problemas y propiciar cambios que pueden incluir decisiones tan radicales como la compra o la fusión. Aunque en España el fondo activista no está aún muy presente, todo parece indicar que pronto se hará escuchar, como ya ha ocurrido en Indra.
Del susurro al oído del director ejecutivo, a levantar la voz en el consejo de dirección. Los fondos e inversores activistas abandonan la tradicional discreción del accionista más clásico, invirtiendo en compañías cotizadas con intención de influir en sus decisiones.
Se trata normalmente de firmas de capital riesgo o hedge funds, pero también particulares propietarios de grandes capitales con experiencia empresarial. Caso que bien ejemplifica la operación con la que Elon Musk se ha proclamado como accionista mayoritario de Twitter, con una entrada que dará para varias tesis en la Harvard Business School.
De Estados Unidos a Europa
En Estados Unidos saben bien de qué estamos hablando, pero en Europa fue la crisis de 2008 la que marcó un punto de inflexión. Al abrigo de unas cuentas de resultados que caían en picado, inversores accionistas de la escuela estadounidense activista iniciaron su desembarco.
Desde entonces, la figura del inversor activista ha ido poco a poco asentándose. Fue en 2021, cuando la economía trató de retomar la normalidad tras la pandemia pese a un escenario confuso, cuando su actividad alcanzó cifra récord en número de operaciones en Europa, según el Informe Lazard, empresa de gestión de activos especializada en inversión activista.
Rich Thomas, director general de Lazard, explicaba recientemente por vídeo que en Europa, el activismo ha alcanzado niveles récord en el primer semestre de 2022, con 35 operaciones en curso: “Y lo que es más interesante, en un contexto de vientos macroeconómicos en contra y perturbaciones, en el segundo trimestre se registraron 20 nuevas campañas, sólo una por debajo del nivel récord de 2021, lo que demuestra la capacidad sostenida del activismo en Europa”.
En su opinión, dos son los factores que están favoreciendo la expansión del activismo. Por un lado, una mayor fragmentación en el accionariado de las empresas cotizadas europeas, lo que permite aumentar el nivel de influencia de los inversores activistas con porcentajes del 3% al 5% del capital.
En segundo lugar, Thomas habla de un nuevo panorama del activismo caracterizado por la diversificación de perfiles de inversores activistas: “Mientras que el nivel de actividad de los cinco mayores activistas en Europa se ha mantenido relativamente estable, hay un creciente grupo de activistas institucionales, más pequeños y ocasionales, que ahora representa nueve de cada diez nuevas campañas de activismo”.
Thomas lanza un aviso al navegante subrayando la importancia de comprender que el activismo ahora puede provenir de cualquier perfil de accionista, no solo de los autocalificados como activistas.
Qué buscan los inversores activistas
El variado perfil de los inversores activistas dificulta la tipificación de sus objetivos. Si atendemos al último informe Lazar del tercer trimestre de 2022, las campañas monitorizadas por la firma persiguieron:
- 43% Fusiones y adquisiciones
- 30% Cambios en los miembros del consejo
- 16% Asignación de capital
- 15% Influir en la estrategia y operaciones
- 14% Objetivos de gobernanza
- 4% Decisiones de gestión
Llegados a este punto conviene detenerse en otro modelo de inversor activista, el que persigue objetivos de impacto más social.
El inversor activista con conciencia social
Se trata de una figura más reciente que puede o no coincidir con el perfil de inversor activista más ortodoxo. Nacido de una mayor concienciación medioambiental, social y política, esta figura irrumpe en los consejos de administración buscando el mayor impacto positivo de la acción de la organización en la sociedad, normalmente siguiendo los criterios ESG (del inglés Environmental, Social and Governance).
Uno de los ejemplos paradigmáticos de su acción tuvo como escenario a la poderosa Exxon Mobil. En 2021, el gigante estadounidense se rindió al órdago de un hedge fund llamado Engine No.1, que contaba con una participación de 40 millones de dólares sobre una capitalización total superior a los 250.000 millones.
Sin amedrentarse por su escaso peso de representación, Engine No.1 pidió unos objetivos más ambiciosos en los planes de descarbonización. Argumentaba que el relajo con que la compañía abordaba el objetivo de llegar a 2050 descarbonizada, según marca el acuerdo de París, sin marcar hitos intermedios ponía en riesgo la viabilidad de la organización en el largo plazo, y con este mensaje fue recabando apoyos.
Grandes fondos de pensiones de trabajadores públicos de Nueva York y California y el poderoso y concienciado BlackRock se sumaron a su petición, consiguiendo en mayo de 2021 sentar a dos consejeros para incentivar su transformación climática. Ejemplo de que las cotizadas no pueden pasar por alto la presencia del inversor activista en su capital.